Juancho Gallego, una vida a lomo de caballo
Juan Manuel Gallego heredó el amor por los caballos de su padre, la volvió un negocio y después la profesionalizó. Así fue su camino para convertirse en deportista olímpico.
Cuando tenía tres años el Niño Jesús le trajo para Navidad su primera silla de montar. Era pequeña, de cuero café oscuro y tenía una correa especial para amarrar al niño y que no se cayera del caballo. Con esa silla y sobre la yegua tipo pony raza haflinger, llamada Susi, Juan Manuel Gallego Martínez no solo se enamoró de la equitación, sino que soñó con lo que hoy es su realidad: ser jinete profesional y representar a Colombia en unos Juegos Olímpicos.
FOTO: Cortesía archivo familiar
Juancho, como le dice su familia y lo conocen en el mundo ecuestre, nació en Medellín el 4 de noviembre de 1976 y desde que tiene memoria los caballos han estado presentes en su vida. Su familia es, desde hace tres generaciones, amante de los equinos. Saúl Gallego, abuelo de Juan Manuel, era aficionado de los caballos de paso fino; Álvaro Gallego, su papá, tuvo caballos pura sangre y de carreras antes de incursionar en el salto ecuestre; y hoy, Juan Manuel y su hermano menor, Esteban, viven de la equitación.
“Crecimos rodeados de animales. Caballos, vacas, perros, gatos”, recuerda Esteban mientras acaricia a su perra Malena, lo que da cuenta de ese amor que se les inculcó desde pequeños por los animales. La familia Gallego Martínez vivía en Los Cedros, una casa finca por donde hoy es el Mall San Lucas, en Medellín. Allí tenían pesebreras y montaban a caballo casi todos los días.
Recuerdos de los días dorados de Alvaro Gallego, el primero de la familia en incursionar en el salto ecuestre. FOTOS: Cortesía archivo familiar
Desde pequeño, Juancho, con terquedad, mostró un serio compromiso con el deporte. A pesar de que también practicó natación y karate, la equitación era su predilecta e incluso su prioridad. Su primer entrenador fue su papá, que contaba con la fortuna de ser socio del ya extinto Club Hípico Montiel. Allí inició su precoz profesionalización a los ocho años. Al poco tiempo empezó a competir. Viajaba a Bogotá con frecuencia, pues para la época, e incluso ahora, en la capital es donde se disputan los más grandes torneos del país.
“Era enfermo por los caballos”, cuenta Álvaro entre risas que lo delatan como el alcahueta mayor de dicho afecto. Por su parte, a Amparo Martínez, la mamá de Juancho, también de familia finquera, la situación no le causaba tanta gracia. Una vez, tuvo que castigar a su hijo y prohibirle ir a Bogotá a competir, porque a la mitad del año escolar su cuaderno seguía en blanco. Sin embargo, para Juan Manuel esto no fue un obstáculo. Como todo un prófugo se escapó de la casa y se escondió en el camión que transportaba a los caballos rumbo al concurso.
Así transcurrió su adolescencia. Entrenamientos diarios en los picaderos del club Hípico Montiel; viajes constantes entre Medellín y Bogotá para competir; paseos a las fincas familiares donde, de una forma o la otra, conseguía armar con palos y ramas una pista de salto con la ayuda de su hermano; rebuscársela para conseguir la última edición de tal libro o revista equina y el video de aquella competencia internacional; ¡ah!, y terminar el colegio.
–Amiguito, ¿usted qué va a estudiar?, le preguntó Álvaro.
–No pa, yo voy a ser equitador profesional.
Fue la corta, pero contundente conversación que tuvieron padre e hijo cuando Juancho finalmente se graduó de la Institución Educativa Jorge Robledo, después de pasar por el colegio Montessori y el Benedictino de Santa María.
Juan Manuel , a sus quince años ya participaba de competencias nacionales en Bogotá. FOTO: Cortesía archivo familiar
En la búsqueda de su sueño partió rumbo a Argentina, donde trabajó limpiando pesebreras. Allí se quedó apenas un par de semanas, porque si bien trabajaba para grandes jinetes de talla internacional, no le permitían montar. Del sur del continente dio el salto a Europa. Nuevamente limpió pesebreras, cepilló caballos y haciendo el trabajo sucio de la equitación se codeó con los mejores del momento, pero sus jefes no le permitían concursar. Cansado de la situación, decidió irse para donde Kirsten, la exnovia alemana de su papá que en su momento fue equitadora, pero ya trabajaba con Lufthansa. Ella lo guio, lo llevó a competencias y le permitió conocer más a fondo la élite del deporte.
Hasta que se agotaron los ahorros y el tiempo de residencia en el viejo continente, sin documentación legal para trabajar, y Juan Manuel tuvo que regresar a Colombia.
De la pasión al negocio
Juancho volvió de Europa a Medellín con la cola entre las patas. Le tocó ponerse a trabajar con su padre en el negocio familiar El Estribo, un almacén de implementos ecuestres por la Calle 10. Al mismo tiempo, se dedicó a dar clases de equitación en el Club El Rodeo, donde poco a poco armó un equipo competitivo, pero el sueño de irse y triunfar en el exterior seguía vivo. Hasta que, a sus cortos 20 años, se enteró que iba a ser papá.
Manuela nació y le cambió las prioridades a Juancho, que ahora, más que cumplir su sueño, tenía el reto de convertir su pasión en un negocio rentable para mantener a su familia.
Manuela creció rodeada de caballos, acompañando a su papá a los concursos que podía. FOTOS: Cortesía archivo familiar
“Tener un papá deportista es tener a un papá que muchas veces no está”, comenta Manuela, que confiesa que cuando era niña no entendía por qué toda la vida de su padre giraba en torno a los caballos. A pesar de la distancia, Juan Manuel siempre tenía presente a su “Monis”. Tomaba fotos para contarle historias de sus viajes y le compraba regalos. Incluso, cuando estaba en Medellín, la vestía como jinete y la paseaba a cabestro en cuanto picadero estuvieran. Infortunadamente para él, su hija no heredó la pasión por los caballos y hoy se prepara para ser psicóloga.
A la motivación paternal, se sumó la necesidad en la ciudad de tener un espacio para la creciente afición por la equitación que no estuviera ligada a un club social privado. “Lo que hay que hacer es fundar una academia o un club”, le dijo Juancho a su familia.
Así fue como en el 2002, y en sociedad con Cristian Piedrahita, también conocido como Choco, y Gilma Gómez, nació el Centro Ecuestre La María, el segundo hijo de Juan Manuel. Ubicado en la Loma del Escobero, La María fue pionero en promover y profesionalizar el deporte ecuestre en Medellín. Empezaron con 20 pesebreras y pocos alumnos, pero hoy son 57 pesebreras en las que habitan 47 caballos de salto. Niños, jóvenes y adultos practican la equitación en La María, centro que por años estuvo al mando de Juan Manuel, pero ahora es Esteban Gallego quien lo comanda.
El Centro Ecuestre La María está ubicado en la Loma del Escobero en Envigado, Antioquia. FOTOS: Federico López
La dupla de los hermanos Gallego es famosa en el mundo ecuestre y no solo por sus llamativos ojos claros. Desde pequeños son un equipo. Juan Manuel entrenó a Esteban en salto, pero fue el menor el que le enseñó cómo ser profesor, pues él fue su primer alumno.
Estricto, pero respetuoso; crítico, pero diplomático; así es Juancho, el entrenador que durante años dedicó su tiempo a la pedagogía, convencido de que con su talento podía enamorar a más personas de los caballos.
Daniela Escobar, quien es ahora su cuñada, fue alumna de Juancho durante 15 años. Lo describe como un entrenador estricto y sin filtro. Tuvo con él dos peleas fuertes, que ahora sonríe al recordarlas; una vez con un caballo que se le enfermó y él la tildó de dramática y la otra en un campeonato en Lima, en el que la regañó muy fuerte y ambos, por ser de personalidades explosivas, se alteraron bastante.
“Tener a Juan Manuel Gallego como entrenador marcó mi vida”, cuenta Isabel Correa, alumna de Juancho durante 10 años. Desde sus ocho años tuvo el privilegio y orgullo de entrenar con quien es uno de los mejores jinetes colombianos de la historia. Junto a él aprendió a querer el deporte, a entender que es un deporte de dos y que se debe tener una fuerte conexión con el caballo. Y lo más importante: a no darse por vencida y saber que las situaciones y los caballos más difíciles son los que la llevan a ser mejor jinete.
Durante sus primeros diez años, La María creció y se posicionó en Antioquia y el país. Hubo cambio de socios: salió Gilma y se unió Carolina Ramelli. Juan Manuel se separó de Lina, la mamá de su hija. Manuela renunció al sueño de su padre de tener una hija equitadora y con la misma fijación de su progenitor por los caballos, ella corrió tras su sueño de ser psicóloga. A pesar de seguir siendo autodidacta y de entrenar en Medellín, Juan Manuel ganó competencias nacionales e internacionales.
Alvaro y Manuela Gallego recuerdan momentos ecuestres y familiares.
Con su negocio establecido, su hija graduada y una prometedora carrera por delante, el jinete paisa se la jugó por segunda vez y salió a buscar su sueño en el exterior. Esta vez, en los Estados Unidos.
El resultado de la perseverancia
Mover toda su vida a Estados Unidos fue un proceso lento, paulatino, como los procesos que lleva Juan Manuel con sus caballos. Empezó con estadías cortas, por temporadas de dos y tres meses que se fueron alargando hasta establecerse finalmente como residente de tiempo completo en el norte del continente. Aunque él y su esposa desde 2016, Elisa Uribe, pasan la mayor parte del año en Wellington, Florida, la agenda equina los obliga a ser gitanos; se mueven de una ciudad a otra con los caballos en trailers.
Competencias sobre toda la costa este, acompañado de su yegua Fee, le han permitido perfeccionar su técnica y ganarse el respeto y reconocimiento de la élite ecuestre a la que soñó pertenecer y de la que hoy hace parte. Pero su espíritu sigue siendo el del niño que se escapaba del recreo para montar a caballo.
Mientras muchos jinetes dejan sus caballos en concentración en manos de los palafreneros, Juancho se queda horas extras para él mismo organizarles la comida, el agua y el heno. Siempre quiere garantizar que estén cómodos y contentos. Barre pesebreras, cambia vendajes, cepilla pelajes.
Y es en estos momentos, religiosos para un jinete que dice no tener cábalas, en los que mejor desarrolla su habilidad para leer los caballos. “Es un talento innato”, dice su hermano con admiración y orgullo en los ojos. Él “los hace”; logra entenderlos para saber sus capacidades y aprovecharlos de la mejor manera.
En su humildad y gratitud por el camino recorrido, Juancho ha premiado a quienes lo han acompañado por años, dándoles la oportunidad de recorrer el mundo junto a él. Este es el caso, entre varios, de Sergio Álvarez, un trabajador de La María que ha pasado temporadas enteras en Estados Unidos con los caballos de Juan Manuel. “Es muy buen patrón, con él tiene que ser muy pulido todo”, comenta mientras peina a Mr. Capitol, un caballo negro traído de Chile que coincidencialmente fue el primero que compró Juancho.
Estar lejos ha sido un reto, en especial para su familia, que en todas las competencias apoya a Juancho desde la distancia. O desde las graderías de las pistas de salto, como fue el caso de los Panamericanos de Lima 2019, cuando todos los Gallego decidieron viajar para acompañarlo en un momento decisivo: la clasificación a Tokio. El resultado, un cupo numérico para las justas olímpicas en salto ecuestre y un paseo en familia que nunca olvidarán. “Ver lo que ha alcanzado es increíble”, dice Elisa su hermana menor y tocaya de su esposa.
Algunos recuerdos del viaje familiar a los Juegos Panamericanos de Lima. FOTOS: Cortesía archivo familiar
La familia Gallego espera acompañar también a Juan Manuel en la competición máxima a la que los deportistas quieren llegar: los Juegos Olímpicos. Como dice su hermano Esteban, él se está preparando para dar lo mejor en estos próximos juegos en Tokio.
Hoy Juan Manuel es jinete profesional y si la Federación Ecuestre de Colombia lo elige, representará a Colombia en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Juancho ha creído en su talento, en su sueño, y aunque ya no crea en el Niño Jesús, en un par de años será él quien, como su propio padre hizo con él, le regale al hijo que espera con Elisa, el primer heredero varón de la línea equina de los Gallego, su primera silla de montar.