“Uno se imagina que es para que al menos pueda ser ‘libre’.”
María Salomé Sierra G. & Antonia Upegui G.
Los liderazgos indígenas en Colombia son un tema que cada vez toma más fuerza con coyunturas como la Minga indígena del Cauca y las amenazas a ellos. Lo que se desconoce es el proceso que atraviesan para transformarse en pilares de su pueblo. Franio Domicó, cabildo local de la comunidad Río León y Fernando Bailarín, coordinador de asuntos indígenas para el municipio de Turbo, narran el camino de los valientes, el que se toma para convertirse en escudo.
Son las cinco de la tarde en el parque Tomás Corpas cerca del centro de Turbo, Antioquia. De parque tiene poco, pues los árboles son casi imperceptibles en medio de todo el cemento que lo rodea. El sendero, las bancas, los postes de luz y hasta el cielo son grises. Lo único que tiene color es el gimnasio, azul y amarillo, y los uniformes de los niños que salen del colegio, azules y blancos. Con miradas curiosas ellos se acercan a las cámaras para observarlas, pero salen corriendo, como si les fueran a hacer daño.
En una banca de concreto se sientan Franio Domicó y Fernando Bailarín. Sus miradas son apacibles, no parece que fuera su primera vez frente a las cámaras. Franio es un hombre de no más de 1 metro con 60 centímetros, tiene pelo negro a rape, una nariz que se hace ancha en la punta y un reloj anaranjado fosforescente. Fernando mide un poco menos, también es de piel morena y pelo oscuro, su facción más evidente son sus cejas tupidas, acompañadas de ojos negros que se alargan al final del párpado. Aparentan estar tranquilos, aunque no sonrían.
La ausencia de una sonrisa no es una sorpresa. Franio y Fernando han sido víctimas de la violencia sistemática en Colombia. La comunidad Río León, cerca de Chigorodó en el Urabá antioqueño, de donde viene Domicó, sufrió toda la guerra de los 80s y 90s en el país. En 1991 ese pueblo eligió como gobernadora a Deyanira Domicó, una de las lideresas fundadoras de la Organización Indígena de Antioquia (OIA). Cinco años después, en 1996, fue asesinada por un grupo paramilitar, cuya identidad no se conoce aún, dentro del predio que ella misma había adquirido para su comunidad. También fue desaparecido su hijo, Alirio Domicó, cuando se negó a vender estas tierras. Ambos crímenes siguen impunes. Ahí comenzó una historia de desplazamiento forzoso que obligó a los habitantes de Río León a desplazarse a diferentes partes del país e incluso a llegar hasta Tierra Alta, Córdoba.
Veinte años después, en 2016, 73 de los miembros de la comunidad decidieron retornar a su territorio. La que antes había sido una tierra próspera, con ríos, madera y plantas medicinales, ahora era un potrero donde la única fauna eran un par de vacas, búfalos y caballos. Con valentía, y desespero por la dilación del proceso de restitución de tierras, estas familias se asentaron de nuevo en el Río León.
Unos días después de llegar los desalojó el ESMAD, pues la propiedad en la que se habían asentado era una finca, El Irakal. La finca pertenecía a Jaime Uribe, ganadero de la zona quien hoy está acusado de un plan para asesinar al director de la fundación Forjando Frutos, Gerardo Vega, según una investigación del Instituto Popular de Capacitación (IPC). Esta fundación, desde el 2008, luchó para la restitución de tierras de los desplazados de esa zona, tierras que hoy pertenecen a una sociedad de la que Uribe es parte. En diciembre de 2018, por fin, la Corte Suprema de Justicia ordenó que esos territorios debían devueltos a sus dueños originales. A pesar de lo anterior, a Franio y a su comunidad el Estado aún no le ha devuelto formalmente su predio ni constituido un espacio para establecer su propio resguardo.
La comunidad de Fernando, del resguardo Dokerazavi en Currulao, un corregimiento de Turbo, también ha sido víctima del terror de la guerra. Entre los años 2001 y 2015 asesinaron a nueve de sus líderes, entre ellos un profesor. Sufrieron desplazamientos forzosos por partes de las FARC desde el 2009 hasta el 2011 y por parte de bandas criminales, como el Clan del Golfo, entre el 2012 y 2013. Experimentaron otra forma de violencia en 2014, cuando se descubrió que el resguardo era una de las zonas con mayor presencia de minas antipersona. A los Embera Eyábida les profanaron lo más sagrado para ellos: su tierra, donde ya no estaban seguros. Los grupos armados tuvieron vía libre para entrar al predio de la comunidad de Franio y asesinar a su líder al frente de ellos y ningún impedimento para llegar a un rincón remoto de Currulao a sembrar sus artefactos de miedo.
El padecimiento de la guerra, por parte las comunidades de estos dos individuos, fue necesario para que comenzaran su proceso de formación en liderazgo desde muy temprana edad. Para Fernando, en ese entonces, alrededor del año 2000, el único impedimento para dirigir era la Registraduría, “antes de los 18 años me querían colocar en un cargo público, posesionarme ante la alcaldía, pero como no tenía la cédula no pude. Cuando tuve mi cédula en la mano, inmediatamente tuve cargo”. El día anterior a la entrevista Fernando había cumplido 37 años y la Registraduría ya no era un obstáculo para él. Ahora enfrenta otras amenazas, mucho más grandes.
Parque Tomás Corpas, Turbo
“No sé, eso debe ser una lotería que uno llega a ganar”
De la población indígena joven en Colombia poco se conoce. No hay estadísticas, pues los indígenas ni siquiera están en el registro único de víctimas, y la poca información existente viene de unas cuantas investigaciones universitarias. La última vez que fueron censados ocurrió en el 2005 y se determinó que el país contaba con 365.245 jóvenes indígenas entre los 15 y 19 años, según un estudio de la CEPAL. Los jóvenes indígenas tienen dos organizaciones principales en Colombia: la Coordinación Nacional de Juventudes de la ONIC y La Secretaria Nacional de Juventudes del Movimiento MAIS.
Si poco se sabe de esa población, nada se conoce de los procesos que se llevan a cabo para llegar a una posición de liderazgo en una comunidad indígena. “Un líder no es alguien que dice, ‘quiero ser líder.’ No es eso. El líder es aquel que la comunidad acoge, toda la comunidad. Si hay 100 o 300 en ese resguardo, entre todos escogen el buen líder”, dice Franio Domicó, integrante del Cabildo Local. No existe un protocolo formal para entregar un cargo, es una suerte de pacto entre todos los miembros de la comunidad en búsqueda de la persona más adecuada.
Domicó cuenta que el momento en que se empieza a formar una persona para esta posición ocurre entre los 12 y 14 años cuando los jóvenes son invitados a las reuniones de la comunidad donde se discuten los temas de coyuntura. Quienes ya están en esta posición buscan determinadas cualidades para decidir quién tomará el mando en el futuro. Para Fernando Bailarín, las características más relevantes que debe tener un posible líder son la obediencia y la inteligencia. Además, considera que es necesario, sobre todo lo demás, escuchar, se trata de, “el que más tenga la capacidad de captar lo que la comunidad necesita y de ser un mediador”.
Bailarín empezó a participar en las reuniones del resguardo Dokerazavi a los 15 años. Nunca creyó que llegaría a tan temprana edad a una posición de liderazgo, pues como él mismo dice es un hombre de pocas palabras. “Cuando tocan problemas grandes yo ahí no hablo mucho, pero digo las cosas como son”. No sospechó que precisamente ese uso riguroso de la palabra sería el que lo llevaría después al cargo más alto de su comunidad: el de gobernador.
“Personalmente, yo no quería ser cabildo, ni ser líder. Pero en la comunidad donde yo vivo, en una asamblea había 3 candidatos para gobernador indígena. Un compañero me dijo, “vamos a colocar a este man (Fernando) también para ver si gana.” Fueron las votaciones y yo gané en esa asamblea”. Fernando solo tenía 25 años cuando, como él dice, se ganó esta lotería.
El mismo concepto de juventud varía de acuerdo con cada comunidad. Según un estudio de la Universidad de Antioquia, “Como jóvenes cada pueblo considera, de acuerdo con sus tradiciones y costumbres, unos momentos que marcan el tránsito de niño a adulto, un tránsito mediado por ritos de orden colectivo que, además de significar un estado de adultez, son ceremonias que connotan una estrategia de preservación cultural.” Franio de 41 años y Fernando de 37, pertenecientes a la etnia Embera Eyábida, aún se consideran a sí mismos líderes jóvenes.
Nosotros no estamos luchando por otra cosa que no sean nuestros propios derechos. Como pueblos indígenas solo le pedimos al gobierno que nos devuelva lo que nos quitó.
“Nosotros somos los nuevos líderes, pensamos sobre todo en volver otra vez a lo que teníamos antes”
Más que un líder, Franio es un promotor de liderazgo entre los jóvenes. Tiene sentido que esta sea su vocación, ya que cuando niño él mismo se vio obligado a desarraigarse de su comunidad y es una historia que no quiere que se repita. “Por eso es importante que los niños, los jóvenes de hoy en día cojan el cargo, sean gobernadores, para recuperar todo aquello que se ha perdido, la cultura indígena y el lenguaje, que por culpa de la violencia se han ido”.
Los investigadores Carlos Andrés Zapata Cardona y Mauricio Hoyos Agudelo consideran que, “La política de liderazgo tradicional indígena en Antioquia es la de reconocer una condición de juventud con la que hay que interactuar desde el control a los cambios culturales que se generan… para garantizar la preservación de los valores culturales y sociales de los pueblos ancestrales.”
La lucha del territorio de la comunidad Río León está encabezada por Franio. Él espera que antes de retirarse del cabildo se haya dado una solución al problema de la restitución de tierras, ya que la labor de los líderes jóvenes, quienes tomarán el bastión después, será otra. “No solo se trata de la recuperación de territorio como hectáreas, también es recuperar la madera, el agua que se ha dañado. Ese es el tema más importante hoy con el nuevo gobierno que van a tener los indígenas”.
Cree que la mayor amenaza para los líderes que se están formando viene de su propia lucha, la recuperación de sus tierras. Afirma que los grupos al margen de la ley y los empresarios de la región ven a los líderes como enemigos por querer recuperar algo que históricamente les ha pertenecido. Los nuevos paramilitares, como las Autodefensas Gaitanistas de Colombia, representan una amenaza ideológica para la juventud indígena, ya que los reclutan seduciéndolos con el falso discurso de protección de las comunidades.
“Nosotros no estamos luchando por otra cosa que no sean nuestros propios derechos. Como pueblos indígenas solo le pedimos al gobierno que nos devuelva lo que nos quitó”, anota Fernando. “Muchas veces se dice ‘ah no, ese es el indio que le está quitando el territorio a tal persona, entonces lo vamos a desaparecer.’ Y puede que lo desaparezcan, pero siempre llega otro líder que va a seguir luchando por la comunidad”, dice Domicó. Sin embargo, cuando no los desaparecen, los obligan a desplazarse. “Lo primero que dicen cuando ven a un indígena desplazado en una ciudad es, ‘¿por qué se vino si usted allá estaba muy bien?’ Uno se imagina que es para que al menos pueda ser ‘libre’.”