Como individuos tenemos una conexión con nuestras raíces, con nuestro hogar. Lo expresamos de diferentes formas, desde nuestra forma de hablar; las palabras que tomamos prestadas de nuestros padres y las que solamente utilizamos con nuestros amigos, nuestra forma de vestir; porque así nos enseñaron nuestras hermanas o tías, la iglesia donde rendimos culto; porque allá era donde iban nuestros abuelos; La comida que preparamos en ocasiones especiales; porque es la que aprendimos a hacer, y es así que vamos tejiendo el intrincado diseño de nuestras vidas.

De la misma manera en la que se construye la vida de una persona, se construye también la vida indígena. Igual vemos cómo se crean vínculos, cómo se celebra la vida y se respeta a la muerte, cómo se crea y se termina. La única diferencia, y quizá la mas vital, es la conexión con la tierra.

La vida de una comunidad indígena empieza y termina con la tierra, ella es la madre de todo y de todos. Por siglos, sus hijos han sido arrebatado de sus manos y condenados a divagar sin rumbo en el país que no los reconoce como suyos. Estas son las historias de las comunidades que a pesar de la pérdida han tratado de mantener la conexión viva, mientras navegan en su eterno desplazamiento.