Sin descanso por la educación indígena
La lucha indígena casi se ha reducido a la del territorio. Pero, ¿qué pasa con los atropellos cometidos a la cultura y, en particular, a la educación? La convergencia de dos mundos, el afro y el Embera, le dieron a Nataly Domicó la fortaleza para reivindicar los derechos negados a su pueblo.
Tejida de dos razas
“Si yo volviera a nacer,
Elegiría mil veces que fuera en el vientre de mi madre, Aquel vientre moreno de negra luchadora,
En el útero sagrado de la historia de su pueblo,
Ahí donde se crearon los primero palenques negros,
Si yo volviera a nacer elegiría los genes de mi padre, Porque son de sangre de Emberas caminantes, Porque son de raíces fértiles que se armonizan con la tierra, Si volviera a nacer yo sería negra, yo sería india,
Yo sería Embera, yo sería tadoseña.
Porque amo mi origen,
Y amo la valentía disidente de mi gente,
Que se niega a olvidar la sabiduría de nuestros ancestros, Se niega a agachar la cabeza ante el depredador,
Amo mi origen y amo más
La valentía disidente de mi gente. (Nataly Domicó. 2016)
Nataly Domicó se enteró de que tenía sangre indígena cuando casi era una adolescente. A los doce años de edad, su mamá, Yadilfa Murillo, la mandó donde su papá, Adamir Domicó, un indígena Embera Eyábida de Mutatá, Antioquia, a quien nunca había visto en la vida.
De Tadó, Chocó, donde Nataly y su familia vivían, a Mutatá hay 10 horas. Ella debió montarse en un bus para llegar a su pueblo nativo. Se encontró con él, y aunque no lo había visto en toda su vida, no sintió rencor: “Solo estaba agradecida por haberme dado la vida que quiero tanto”. Los Embera no la vieron como una extraña, para ellos era una más: “Fue fácil para mí ese reconocimiento de mi pueblo, sabían quién era, a pesar de que me había perdido toda mi infancia”.
Nataly siempre cuestiona su esencia, pues ser mitad afro y mitad Embera no es fácil en Colombia. Se mira al espejo: es una mujer de pelo negro ondulado hasta la cadera, nariz redonda y ancha, ojos rasgados hasta la sien y piel morena cálida. Todas sus facciones son el florecimiento de su mestizaje. Por eso, para ella fue necesario encontrarse: “Era una pregunta y yo estaba esperando el momento indicado para buscarle una respuesta”, y la encontró en su mamita, Anita Bailarín, la tatarabuela. Con 84 años, dentro del resguardo Jaikerazabi, Anita, seguía cargando la leña por el monte. Su sabiduría como jaibaná wera, médica tradicional mujer, y su fortaleza, incitaron a Nataly a definir su camino de líder: “Me quedó esa fuerza de mi tatarabuela, la siento mucho en mis decisiones y mis descubrimientos”.
La mamá chiquita
Con solo un mes de vida, en 1995, Nataly, su madre y su hermano de dos años, fueron obligados a salir de Mutatá. Ese año, a la escuela Ana Joaquina Osorio, donde Yadilfa era profesora, llegó un panfleto que decía, “desocupen o no respondemos”. Todos los colegas de su madre huyeron hacia Medellín. Ella, convencida que esta ciudad sería menos hostil para su familia, emprendió un viaje hacia allá, pero encontró todo lo contrario. Eso los obligó a partir hacia Tadó.
Aunque Nataly desconocía su ascendencia, la condición de líder siempre estuvo con ella. Según su mamá “era muy buena cabeza”, una de las mejores estudiantes. La mandaban a Quibdó a encuentros escolares para que ella representara a su colegio: La Normal Superior de Tadó. Sus méritos académicos no eran los únicos, siempre tuvo iniciativa. La mamá de Nataly se iba a trabajar entre semana lejos de donde vivían, Yadilfa cuenta que se iba tranquila porque dejaba a “la mamá chiquita” en la casa. Naty, como le dicen sus allegados, se ocupaba de Anthony, su hermano mayor, e incluso, hacía los oficios domésticos con solo 8 años. Cuando el vecino le preguntaba “Nataly, ¿cuándo viene pues tu mamá?”, ella con sagacidad respondía asomada por la ventanita de su casa: “Señor, que mi mamá llegó mañana y se fue ayer”.
El desempleo en Tadó obligó a la familia Murillo a mudarse hacia Fredonia, en el suroeste antioqueño. Allí se graduó del colegio a los 15 años. Se fu, entonces, para Medellín a estudiar Pedagogía Infantil en la Universidad de Antioquia. Según el último censo publicado en 2005, solo el 2,7% de los indígenas en Colombia acceden a una educación superior, mientras que el 30,2% no recibe ningún tipo de educación.
En su primer año universitario Nataly conoció a Hilda Domicó, una lideresa social indígena quien huyó de Urabá tras el asesinato de todos los hombres de su familia. Lo que no sabía era que Hilda la conocía desde el vientre, pues había sido compañera de su padre en la escuela. La lucha de la lideresa motivó a Nataly, además, a unirse al Cabildo Urbano de Medellín Chibcariwak, y en particular, a apoyar al grupo de mujeres. Hilda la comenzó a invitar a las reuniones, y a medida en que la joven se iba familiarizando con la idiosincrasia indígena, la fue afianzando a su ser.
Alejandro Molina, comunicador del Cabildo Indígena Mayor de Chigorodó y pareja actual de Nataly, dice que “ella fue asumiendo sus liderazgos y desencuentros con la desarmonía en las relaciones entre la dirigencia masculina del movimiento y el inexistente reconocimiento político de la mujer indígena”, por esta razón Nataly asumió esta lucha como propia.
La posición de liderazgo de Nataly la llevó a un viaje por todo Sudamérica. En Uruguay conoció al cantautor y activista, Alberto Zapicán, quien la recibió en su casa a las afueras de Montevideo y le presentó a su esposa, una indígena Mapuche. Zapicán fue un sobreviviente de la dictadura uruguaya que se dio entre 1973 y 1985 y perteneció al movimiento de la Nueva Canción Lationaméricana. Este surgió alrededor de 1960, con el fin de protestar contra la intervención y la dictadura militar y reivindicar la situación de los obreros, indígenas y campesinos. Conocer la historia de Zapicán, motivó a Nataly a continuar su lucha. “Él me contó muchas anécdotas y allá en su casa vi mi primer eclipse, fue una experiencia súper mágica y profunda”.
“Ella fue asumiendo sus liderazgos y desencuentros con la desarmonía en las relaciones entre la dirigencia masculina del movimiento y el inexistente reconocimiento político de la mujer indígena.”
La tesis de grado de Nataly Caminando la plabra: aportes del movimiento indígena y la academia a la educación indígena de Antioquia fue crucial para que ella entendiera la importancia de la lucha por una educación indígena propia. Tener la administración de la misma es esencial para la preservación de la cultura y de la etnia.
Caminando la palabra
Al finalizar sus estudios universitarios, Nataly desarrolló una investigación que se convertiría en su tesis. Caminando la palabra: aportes del movimiento indígena y la academia a la educación indígena de Antioquia fue el nombre del proyecto donde expone su lucha principal: la educación propia indígena. Para la realización de esta, Nataly se fue a vivir dos meses al resguardo Chigorodocito, donde estableció un vínculo muy fuerte con esa comunidad, tanto así, que la invitaron a vivir con ellos.
En 2013 se realizó la Minga Social Indígena y Popular, uno de sus focos principales era garantizar el Sistema Educativo Indígena Propio (SEIP). Bajo el mandato de Juan Manuel Santos, en el 2014, se firmó el decreto 1953 que establecía: “Que la puesta en funcionamiento de los Territorios Indígenas supone, entre otras, la atribución de competencias en materia de salud y educación, agua potable y saneamiento básico, y el otorgamiento de los recursos necesarios para ejercerlas de manera directa”.
La educación propia es la que se enfoca en la articulación y fortalecimiento de los conocimientos milenarios y las prácticas de un pueblo. Es una educación definida por y para la comunidad y se elabora de acuerdo con las necesidades de la etnia local. Esta se vuelve imprescindible cuando se entiende la deuda histórica que existe en esta dimensión de la vida indígena. “La educación nos ha hecho mucho daño. Primero, toda la evangelización fuerte, no podíamos hablar el idioma, no podíamos tener el cabello largo, desde la concepción católica religiosa eso era salvajismo”, dice Nataly.
La población indígena es, en su mayoría, joven. Según el último estudio del DANE, el 39,5% tiene entre 0 y 14 años. Este dato hace aún más relevante la educación propia, ya que está en juego la identidad cultural de casi la mitad de la población, de los herederos de este grupo.
Nataly reposa sobre una silla giratoria negra, su oficina tiene paredes amarillas, hay un aire acondicionado viejo y las persianas están abajo para ocultar el fulminante sol de Chigorodó. La temperatura se acerca a los 30 grados, pero ella parece estar cómoda. Usa un Paru Wuera, vestido tradicional Embera, negro con detalles en tonos fosforescentes y collares de chaquiras. Las mujeres Embera utilizan trajes coloridos que replican la apariencia de las flores, en aras de atraer los colibríes que buscan su néctar.
Parece como si siempre hubiera estado consciente de su identidad indígena, permanecer 12 años alejada de ella no reduce la vehemencia con la que Nataly se apropió de sus orígenes. En solo 8 años con los Embera, se convirtió en la coordinadora de educación para la Organización Indígena de Antioquia (OIA). “Es una responsabilidad que tengo con los otros pueblos, de asumir y posicionar los procesos que han venido haciendo otros líderes.
Para ella el fundamento de la educación está en la sabiduría de los mayores que permanecen en el territorio, en “los abuelos que están allá tejiendo, que están dialogando con las plantas para curar a los enfermos, las mamitas que todavía componen cantos”. La población mayor de 64 años representa solo el 5,2%. Al ser tan escasos, son considerados el motor que permite la supervivencia de las tradiciones Embera. Por lo anterior, la educación es esencial para la preservación cultural de este pueblo.
Pero, ¿quiénes son merecedores de llevarlo? y ¿cómo se sabe que algún integrante de la comunidad será el portador de este mensaje de paz y autonomía frente a los demás grupos sociales?
Caragabí
En su segundo viaje a Mutatá, a sus 16 años, se le acercó una niña Embera de unos 6 años del resguardo Jaikerazabi, la miró a los ojos y le dijo “tu nombre es Jaine Pono”. Nataly luego buscó el significado: espíritu de las flores.
Antes de la conquista española, existían más de 300 lenguas indígenas en Colombia. Hoy solo quedan 68 de las cuales 36 están en vía de extinción. La conservación de la cultura indígena está lejos de ser una prioridad del Gobierno, pues para lograr un poco de reconocimiento en el Plan Nacional de Desarrollo, tuvieron que hacer una minga de 27 días. Además, el narcotráfico y los grupos armados impiden, por ejemplo, que salgan a buscar sus plantas medicinales, ya que estos ocupan ilegalmente sus territorios.
Uno de los proyectos de Nataly es la sanación territorial. Junto con jaibanás, sabios y parteras, hace recorridos por diferentes resguardos que han visto sus tierras afectadas por la violencia. La lucha de Nataly es comunitaria con rasgos individuales, a través de diferentes expresiones artísticas: poesía, música y dibujo, busca plasmar la realidad Embera. “Tiene un carácter muy fuerte y además, tiene un lado muy sensible porque trabaja poesía y la música”, dice su amiga Sara Ospina.
Es precisamente esa combinación entre sensibilidad y carácter la que permitió que Nataly se conviertiera en una líder exitosa y diligente a muy temprana edad . “Uno no escoge ser líder”, dice. El llamado que la condujo a conocer su pueblo fue el mismo que la ubicó en esa posición de liderazgo. Pareciera que la sangre Embera está teñida por la cualidad de líder. Defienden, aunque les cueste la vida, su cultura y su territorio.
De todas las historias de liderazgo que han marcado su vida, Nataly se acuerda de una en particular, la de Lucindo Domicó. Él, Embera Eyabida como ella, luchó hasta la muerte por proteger su río. En 1993 llegó la empresa Urrá al Alto Sinú. Tres años después, ya estaban desviando el río Sinú para llegar a construir la Presa y en 1999, obtuvieron la licencia ambiental para llenar el embalse y comenzar la operación hidroeléctrica.
Ninguno de los Embera del Alto Sinú, estaban de acuerdo con este proyecto, ya que era un riesgo ambiental para toda la región. La represa iba a alterar por completo la regulación hídrica natural de todo el río. El mito de creación de los Embera se fundamenta en una búsqueda perpetua por el agua. Su dios máximo, Caragabí, tuvo que luchar contra el Jenzerá, el sapo, y el Jenené para obtener el agua que estaba oculta dentro de un árbol. Cuando la tuvieron, su dios les dijo: “Esto ha sido fruto del esfuerzo de todos los Embera y debe conservarse así para siempre. El Embera que no cumpla este mandato será castigado”. Y el 24 de abril de 1999, Lucindo Domicó fue asesinado por cumplir con su llamado
Las realidades
Seferino Yunda Camayo, 20 años, asesinado por la fuerza pública, 2 de abril de 2019, Cauca. Luis Humberto Jumí, 21 años de edad, asesinado por una mina, 26 de noviembre de 2018, Antioquia. Luis Fernando Peñate, 27 años, desaparecido, 13 de noviembre de 2018, Cáceres, Antioquia. Edwin Dagua Dipia, 25 años, asesinado por un grupo al margen de la ley, 8 de diciembre de 2018, Cauca. Marta Carolina Cañas Yagarí, 23 años, asesinada por armas blancas, 10 de septiembre de 2018, Antioquia. Alexánder Cunda, 26 años, asesinado a balazos en una zona rural de El Progreso, en el norte del departamento Cauca.
Las anteriores no son solo titulares, son el exponente del evidente peligro que corren los líderes sociales jóvenes y de la desatención de la que son víctimas, específicamente en Cauca y en Antioquia. Desde que Iván Duque se posesionó, el 7 de agosto de 2018, la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) ha declarado aumentos en la vulneración a su población. Según el portal Verdad Abierta ha habido 46 asesinatos de líderes indígenas en este periodo. Para un grupo que solo representa el 3.4% de la población esta es una cifra delicada.
“A mí el tema de la violencia también me motivó para hacer mi trabajo, incluso a un tío lo asesinaron, y fueron como historias que yo me enteré, ciertas injusticias que fui viendo ya de grande. No solamente de mis familiares, sino también de otros pueblos”, cuenta Nataly.
La lucha ancestral de los indígenas por la posesión de su territorio está directamente ligada con la de Nataly por la educación. Los sabios, que son los máximos maestros de esta comunidad, requieren, para enseñar, un territorio sano: “Porque si no hay bosques, no hay plantas medicinales. Si no hay ríos limpios, las mamitas no van a tener con qué inspirarse para poder cantar. A un río contaminado ¿tú qué le cantas?”, dice la lideresa.
La madre de Nataly era una mujer exigente con sus hijos en el peor de los contextos: ser una mujer y afro en una zona del conflicto. Esta forma de crianza permitió que en la joven permeara la fuerza de su pueblo para convertirse, a una corta edad, en la gran lideresa que es hoy. “Hoy en día yo le digo a Dios que yo veo en Nataly lo que yo no fui. Lo que a mí me hubiera gustado ser”, dice Yadilfa Murillo
Heredó esa pujanza característica de los Embera Eyabida: “Yo lo que más admiro de Nataly es el vigor y la fuerza que tiene en su energía que resplandece, todo eso también va vinculado con su palabra. Admiro mucho su palabra, una palabra que es narrativa, una palabra que es acertada, que es elocuente y también que construye múltiples realidades”, dice su amiga Daniela Aguirre.
Nataly todavía dibuja montañas de colores en un cuaderno de bolsillo, siempre lo tiene junto a ella, lo acompaña una foto de sus abuelas, mujeres Embera poderosas que le recuerdan siempre el propósito de su lucha.