Aida Suárez: La profe de hierro
Carolina Gutierrez y Paulina Echavarría.
Mayo 2019
Aida Suárez fue condenada por su propio resguardo por ser la primera presidenta de la Organización Indígena de Antioquia. Con su persistencia ha hecho grandes aportes a la educación de su comunidad y otros pueblos indígenas del departamento.
Quienes la conocen dicen que Aida Suárez es una mujer de hierro. De esas mujeres sólidas que no ceden y no conocen de arrepentimientos. Su nombre completo es Aida Petrona Suárez Santos y sus más cercanos le dicen “Tona”. Sus arrugas apenas se asoman por los ojos rasgados y de color café. Tiene la nariz ancha y es de tez morena. Su cabello castaño disimula sus cuarenta y seis años y sus labios finos pintados de rojo resaltan la sonrisa que conjuga con sus cachetes redondos. No sabe cocinar, es una apasionada por transmitir su conocimiento y de niña soñaba con ser ama de casa, como su mamá.
Cómo líder de la comunidad Senú en el resguardo El Volao (en Necoclí, Urabá), Suárez se convirtió en una acérrima defensora del proceso de identidad cultural por medio de una herramienta: el salón de clase.
Para llegar al Volao se debe ir por la vía que de Medellín lleva al mar, se pasa por Santa Fe de Antioquia, Apartadó y Turbo, hasta llegar al corregimiento Las Changas ubicado entre Necoclí y Arboletes. Luego, se debe caminar dos horas y media por la selva para llegar al lugar donde Aida comenzó a soldar su camino y en donde nunca imaginó que, años después, sería condenada.
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Aida nació en Arboletes, pero creció en una vereda en Necoclí donde su padre, Andrés Suárez, trabajaba administrando una finca y su madre se dedicaba al hogar. Doña Olivia Santos Chimá soñaba con darle a sus nueve hijos lo que ella no pudo conseguir: aprender a leer.
Olivia recuerda que Aida siempre jugaba a ser “la profe” y sus hermanos eran sus estudiantes. Incluso jugaba antes de pisar por primera vez una escuela, que comenzaría a los siete años y que no dejaría hasta ser la primera mujer de su familia en terminar el bachillerato.
En una familia campesina y una casa llena de gente y poco dinero, quien se convertiría en la primera presidenta de la Organización Indígena de Antioquia, era una niña reservada y sobresaliente académicamente. Lady Suárez, su hermana menor, recuerda que: “A ella siempre se le notó esa amabilidad de trabajar con la gente, de ayudar y de fortalecer”.
Cuando cumplió los once años, sus padres decidieron, no sin grandes sacrificios, enviarla a otro pueblo a seguir estudiando. Allí, de lunes a viernes, una señora la recibía y losfines de semana caminaba 15 km para llegar hasta su casa. Desde ese momento demostró su fortaleza. Cuenta Lady que: “Aida llegaba a poner orden. Era la que mercaba, a la que le encargaban las cosas y era el referente de la familia”.
Estabamos aislados del tronco ancestral indígena porque mi papá tuvo que dedicarse a buscarse la vida y no estaba en los procesos organizativos
Y es durante esos años que Aída descubre el resguardo El Volao. Y lo descubre, sí, porque ella no siempre estuvo inmersa dentro de las dinámicas del pueblo Senú.
“Estabamos aislados del tronco ancestral indígena porque mi papá tuvo que dedicarse a buscarse la vida y no estaba en los procesos organizativos”, recuerda la maestra. Aida es de ascendencia del resguardo de San Andrés de Sotavento. Sus padres nacieron y crecieron allí, pero debido al trabajo de don Andrés, la familia se alejó de los procesos comunitarios y organizativos de esta etnia.
Aida no hablaba la lengua Senú con fluidez, sin embargo garantizó la transmisión de esta de generación en generación. A los dieciséis años fue invitada por su resguardo a ser “la profe” y al no recibir el apoyo de sus padres, se trasladó a Barranquilla donde unos familiares para terminar la allí la escuela. Esa tenacidad la han caracterizado desde muy joven.
Al regresar a la vereda, un año después, se convirtió en la primera profesora menor de edad de la comunidad y las clases que dictaba estaban escritas en las hojas de papel de sus cuadernos antiguos. Cuadernos que, años después, en medio del conflicto armado que atravesaría el Urabá, se volverían la base de la tabla de salvación contra la violencia sufrida por esta comunidad y sus veredas cercanas. Hay que recordar que esta región de Antioquia ha estado inmersa por años en el conflicto armado. Las masacres, las desaparciones forzadas y el desplazamiento forzado han sido una constante.
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Si quiere saber sobre el tema, visite este infográfico sobre la presencia de grupos armados y el tráfico de drogas
En las últimas dos décadas del siglo XX, lo que se sembraba era terror. Entre la selva y el mar, el calor y la humedad, había una violencia despiadada. Durante años, la sinfonía de grillos, pájaros y mamíferos que es tan abrumadoramente en el trópico, estuvo manchada por el sonido de ametralladoras, granadas y los gritos de horror de las víctimas y testigos de matazones.
Necoclí está en el noroccidente de Antioquia y es un municipio costero, como gran parte del Urabá. Por esto mismo, es un lugar comercialmente estratégico y durante años ha estado en disputa por grupos guerrilleros y paramilitares. Su clima, la riqueza de su tierra y el ecosistema selvático han atraído a cientos de personas que han crearon industrias y, en muchos casos, descuidando la supervivencia de las comunidades indígenas.
Durante 13 años Aida trabajó, primero como docente, y luego como rectora de la institución educativa indígena, José Elías Suárez, del resguardo El Volao. Ella emprendió su trabajo en los salones de clase en una de las peores épocas de violencia: los ochenta y noventa. Rápidamente su tarea ya no fue solo la de enseñar matemáticas -por ejemplo- sino que el colegio tuvo que empezar a dar respuesta a este terror, blindando el proceso organizativo para minimizar el trauma y ofrecer respuestas al pueblo Senú. “Siempre la comunidad ha esperado que la escuela respalde. La escuela es su eje organizador, su eje principal”, dice Suárez.
Lo que comenzó como un ejercicio educativo exclusivo para la comunidad Senú, poco a poco fue abriendo sus puertas a campesinos de otras veredas. Ejercicio liderado por Aida. “Tuvimos pérdidas, mucha incertidumbre y fuimos desplazados en nuestra totalidad y eso hizo que el colegio ofreciera otro tipo de educación: no enseñábamos a leer ni a escribir, sino otras cosas de los procesos que estaba viviendo la comunidad”, dice.
Tuvimos pérdidas, mucha incertidumbre y fuimos desplazados en nuestra totalidad y eso hizo que el colegio ofreciera otro tipo de educación: no enseñábamos a leer ni a escribir, sino otras cosas de los procesos que estaba viviendo la comunidad
El colegio nunca cerró sus puertas y puso en práctica procesos que respaldaban a la gente a luchar por la restitución de sus tierras, a hacer denuncias y a autoprotegerse de la guerra. Ese modelo de educación itinerante fue premiado por la Gobernación y obtuvo el reconocimiento Simón Bolívar por desarrollar otras respuestas a los retos del conflicto. Volver el colegio un espacio para brindar respaldo a las necesidades que tenía el pueblo fue innovador, teniendo en cuenta que también apostó por incluir las enseñanzas de los sabios ancestrales dentro del curriculum.
Al final de los años noventa, después de haber participado en la implementación del currículo especial para su pueblo y haber acompañado a su comunidad durante la cruda época de violencia, Aida es escogida por su resguardo para hacer parte del comité administrativo de la Organización Indígena de Antioquia. Aunque Aida ya había trabajado de la mano de la OIA durante sus años como profesora y rectora, este nuevo reconocimiento implicaba que ella y sus hijos -por esa época ya habían nacido sus hijos mayores, Diana Patricia y Hernan Dario Galván- debían irse a Medellín para que su labor con las comunidades indígenas tuviera un impacto a nivel departamental. Esto también generaría rechazos, envidias y condenas que jamás se imaginó.
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A la mujer que no le tiembla la mano a la hora de hacer valer sus derechos le ha tocado ganarse un lugar en su comunidad patriarcal. Para ella, los líderes hombres los nombran mientras que las líderes mujeres se tienen que formar y eso lleva años: “Cuando una mujer llega a ser lideresa es porque ha hecho un doble esfuerzo para lograrlo”. Cuenta que a la hora de elegir a un líder hombre no le tienen en cuenta la trayectoria, ni los méritos, algo impensable a la hora de reconocer a una mujer.
“Nosotras las mujeres somos más justas, más sanas, más equitativas. Yo siento que los hombres no, así vean que una lideresa es muy buena, prefieren a un hombre sin importar si ella tiene mayor experiencia”. Y es que las indígenas han demostrado, durante los largos años de violencia del país, que ellas son indispensables para reconstruir el tejido social. Son las reconstruyen las tradiciones en sus comunidades, las que luchan de la mano de sus compañeros para cuidar la tierra y las que recogen los escombros dejados por la guerra. Sin embargo, continúan siendo muy desconocidas en su labor, casi figurando en segundo plano.
Este fenómeno ha sido analizado por la académica, Sonia Sabogal Ardila, en su tesis de maestría “Incidencia Política de las Mujeres Indígenas Latinoamericanas en Medio de Conflictos Armados Internos”. En ella explica que las indígenas han sido víctimas de exclusión, discriminación y violencia, dentro y fuera de sus comunidades, pues “las mujeres han tratado de visibilizar la existencia de relaciones asimétricas de poder, relaciones que van en contra de sus principios y que no están en el marco de la equidad, igualdad, ni justicia”.
De acuerdo con cifras de la Red Nacional de Información (RNI) ha habido 77.761 mujeres indígenas víctimas del conflicto armado. Sabogal explica que estos datos, recopilados entre los años 1985 y 2014, representan el 56% de las víctimas indígenas en el país que suman 139.980 personas.
Hicimos un infográfico en el que analizamos la violencia de la que son víctimas las mujeres indígenas
La situación entre los años 2016 y 2018 no arroja ninguna esperanza ni a los conteos ni a las víctimas. 92 mujeres han sido asesinadas por su liderazgo en el país, de las que cuatro son mujeres indígenas. Sin embargo, hay que aclarar que esta información está sub-registrada y que solo se puede obtener al cruzar diferentes fuentes de datos como informes de ONGs y medios de comunicación. Esta violencia que atraviesan las mujeres, tanto por su género como por su etnia, incluyen violencia física, sexual y psicológica, además de desplazamientos forzados y exclusión de sus comunidades (territorios y familias) como parte de las dinámicas que ocurren para poder acceder a la educación y cargos públicos de representación política.
El informe La Naranja Mecánica sobre la violencia contra líderes sociales en 2018, publicado por la ONG Somos Defensores, explica que los ataques de género aumentaron en un 64% en comparación con el año anterior. “Este hecho es de alta preocupación, debido a que en estos asesinatos los niveles de violencia son mayores que los cometidos contra hombres”. Y aunque la profesora de hierro, Aida Suárez, se considera una afortunada por las buenas relaciones laborales y personales que ha mantenido con sus compañeros hombres, reconoce que aún falta mucho para que las mujeres líderesas sean igual de valoradas que los hombres.
Lady, su hermana, que también ha sido docente, la admira y dice que “dentro de su trabajo ha pasado por muchas dificultades y uno nunca la ha visto renegando, ni deseando males, ni reprochando las adversidades que le puedan pasar”. Por su experiencia, Aida sabe que las mujeres son medidas diferente que los hombres líderes pues suelen ser juzgadas más duro, tanto en sus logros como en sus fallos.
Y a pesar de su carácter de servicio, de su tenacidad y de los 12 años de resultados positivos como parte del comité administrativo de la OIA, la mujer de nariz chata y cabello marrón lacio, fue condenada por su resguardo y sometida a juicio por aspirar a ser la primera presidenta de la Organización.
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En la OIA, Aida demostró mientras hizo parte del Comité Administrativo su capacidad para liderar, apoyar a los pueblos indígenas del departamento y responder por los proyectos de impacto social en las comunidades. Después de doce años vinculada, Suárez decidío lanzarse a la presidencia de la Organización y aportar desde su experiencia y conocimientos técnicos al crecimiento de la misma. Fue escogida y respaldada por 44 comunidades indígenas ubicadas en nueve municipios antioqueños.
Dentro de sus iniciativas comenzó a buscar la cooperación internacional para que apoyaran 20 proyectos e incrementó el poder administrativo de la OIA dentro del departamento. Además, denunció los atropellos y abusos a las comunidades como la explotación minera, la tala y deforestación de bosques y la invasión de sus territorios. “Compañeros indígenas me señalaron ante grupos ilegales como guerrillas y paramilitares. No tenían ni siquiera fundamentos reales sino porque había otros intereses de por medio”. Un caso puntual fue el proyecto del Estado para construcción de poblados indígenas. Este proyecto buscaba convertir los inmensos resguardos indígenas en poblados confinados. No siempre se respetaba la construcción tradicional indígena ni las costumbres y causaba desplazamiento y desarraigo.
Este tipo de iniciativas gubernamentales estaban fundadas bajo la idea de alejar a la población de zonas de conflicto y sacarlos de la pobreza extrema. Para Aida, detrás del discurso institucional, lo que había era una estrategia cívico militar que ponía a los pueblos en riesgo y no respetaba ni la tierra ancestral ni las costumbres propias de los indígenas. Tanto es así, que la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) y la OIA aseguraron en su momento que estos proyectos eran para apoyar a las multinacionales mineras.
Paradógicamente, eso hizo que fuera señalada por su propia comunidad y fue llamada a responder ante las autoridades del Volao por traicionar su confianza y no tener en cuenta el consentimiento de su comunidad para la postulación a los cargos en la OIA. Se le acusó de abusar del poder para nombrar y escoger personas y familiares violando las atribuciones, la autonomía y la libre determinación de su resguardo y por detener proyectos financiados por el Estado. Así mismo, la Junta Cacical la condenó por provocar una imagen negativa del resguardo por sus actos personales que iban en contra de los principios del pueblo Senú y, finalmente, por causar enfrentamiento entre otras comunidades indígenas en contra del resguardo El Volao: “Tuve muchas autoridades y comunidades que me apoyaron pero mi comunidad no estuvo de acuerdo. Ahí empezaron a crecer los enemigos y comenzó una batalla”, explica Suárez.
Aida recuerda que lo primero que hicieron fue encerrarla. La despojaron de sus pertenencias y se le negó el acceso a su familia al resguardo. “Me castigaron por ser la presidenta de la OIA. Ellos armaron la guardia con bastones, buscaron las de otros resguardos y contaron con la participación de entes del Estado. Tanto así que el Ejército se metió a El Volao y custodiaba mientras yo estaba allá. Yo veía cómo entraban carros cargados de mercado para la Guardia y yo pensaba -Dios mío, ¿qué hay detrás de todo esto?”.
Para Aida, los líderes de su comunidad la vendieron como la mala, la desobediente y la ladrona, “como había intereses de por medio, querían demostrar que iban a hacer justicia conmigo, lo que significaba quitarme del medio”. Los medios de comunicación comenzaron a llegar, pero Suárez recuerda que difícilmente le permitían hablar con los periodistas. El periódico El Tiempo y Canal 1, explicaron en su momento el panorama y dejaron claro las irregularidades del proceso que incluían un castigo severo que solo suele darse en casos de violaciones o asesinatos.
Tras ocho días de haber estado encerrada esperando el juicio, más de quinientos guardias indígenas de otras comunidades ingresaron al resguardo para rescatarla. Comenzó a gritar para que no rompieran las puertas y la sacarán de allí pues esto la convertiría en una prófuga de la justicia, y daría pie para acusarla formalmente. En primera instancia, Aida fue declarada culpable por los delitos de los que estaba acusada.
Ella comenzó a pagar su castigo que la obligaba a pasar 7 horas al día durante 30 días con los pies y manos suspendidos en un pedazo de madera. En el reportaje del Canal 1 se ve a una Aida más joven con los pies atrapados y la tez pálida. Sentada en el suelo, su mirada reflejaba el desespero y la impotencia de saber que su liderazgo estaba siendo condenado injustamente. El cansancio invadía su cuerpo, casi no sentía sus piernas. Estuvo así durante tres jornadas. Hasta que finalmente, sin ver posibilidades de diálogos, ella y la OIA decidieron que si el resguardo respetaba sus derechos, buscarían otras instancias.
La OIA aseguró por medio de un comunicado oficial que: “Se generó el castigo desmedido hacia Aida Suarez consistente en: un mes de cepo, multa de 10 salarios mínimos legales vigentes, trabajo comunitario, y seis (6) años sin ocupar cargos en la OIA, decisión que desconoce las directrices de las autoridades indígenas del departamento y los acuerdos a los que llegaron al elegirla como Presidenta.”
A lo que Marco Antonio Ruiz Quintero, cacique de El Volao respondió: “Ella no consultó a su comunidad si ella podría representar al resguardo del Volao en los espacios de la OIA, por el contrario de mala fe, sin tener en cuenta los usos y costumbres de la comunidad, desconoció la competencia de la Asamblea comunitaria del Volao para tomar esta decisión”
Sin embargo, Aida procedió con una tutela que resultó con un fallo a su favor y el ordenamiento de su liberación inmediata. Esto hizo que su comunidad apelara nuevamente y en un segundo fallo el mismo juzgado la obligó a pagar la condena. Pese a eso, no se detuvo hasta que la tutela llegara a segunda instancia y su lucha por fin surtiera efectos. Después de tres meses se resolvió revocar la sentencia y quedó en libertad.
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Desde pequeña Aída Suárez jugaba con sus hermanos a la profesora, pero la vida la fue forjando como una mujer de hierro. Ayudó a su comunidad a organizarse y se convirtió en su lideresa. Tejió una historia de lucha para ser la primera presidenta de la Organización Indígena de Antioquia aunque fuera condenada por su propia comunidad. Su hermana la reconoce como una mujer en vía de extinción y se conviertió en un referente por su humildad y tenacidad. Ha sido pujante, luchadora y “guerrera”. Es de las que se mete siete horas de camino en la selva para visitar comunidades olvidadas. Ofreció su conocimiento y experiencia para asumir cargos públicos por dieciséis años y hoy trabaja velando por los derechos de muchas más comunidades.