La vida más allá del dolor

Era tan pequeña, tan vulnerable. En un mundo de adultos, hecho para y por adultos, yo me sentía insignificante, desprotegida. 4 años y mi mundo ya era oscuro, 4 años y vivía entre pesadillas, 4 años y yo ya necesitaba que me salvaran.

 

Mi nombre es Martha Patricia y soy una mujer que ahora, ya grande, como madre y profesional, quiero levantar mi voz y contar mi historia. Yo era apenas una niña y estaba viviendo un infierno en carne propia. Como niña lo único que deseaba era jugar, pasarla bien y tener a unos padres que me quisieran, pero ya desde pequeña mi realidad era otra muy diferente. Yo quería y soñaba con que esto terminara, tenía la esperanza de que ese señor no volvería, pero el abuso siguió estando latente todo el tiempo. Era mi tío, el hermano de mi mamá, una persona que constantemente estaba en mi casa. Incluso, me dejaban a su cuidado junto con mi hermano, por lo que la pesadilla se extendió hasta que cumplí los ocho años.

 

El último recuerdo que tengo de él o de las cosas que me hacía fue en una comida familiar. Yo estaba sentada a su lado y empecé a sentir sus manos grandes y fuertes, que tanto miedo me daban, entre mis piernas, tratando de tocarme debajo de la mesa sin que nadie se inmutara o se diera cuenta, pero por primera vez salió mi voz, me encontré gritando frente a toda mi familia, me sentía fuerte, agresiva y defendiéndome del “monstruo” que trataba una vez más de hacerme daño. Me levanté e hice lo que ni mi madre fue capaz, hacerme cargo de mí misma. Él, por otro lado, se asustó, sintió miedo de que lo hubiera puesto en evidencia y esa fue la última vez que intentó hacer algo en contra mía.

 

No se lo conté a nadie, no pedí ayuda, no entendía lo que pasaba y mucho menos entendía porque mi madre no me creía cuando alguna vez se lo comenté. Estaba viviendo muchas cosas que nadie debería vivir, pero mi madre siendo como era, no podía siquiera entender o apoyarme en esto. Ella era, como decir, una de esas mujeres duras, que siempre querían tener la razón y en ocasiones agresivas, que no escuchaban, que no me escuchaba. Me pegaba o me callaba y yo tan pequeña no sentía que tuviera un espacio para hablar y para pronunciarme, mi hermano y yo éramos prácticamente un cero a la izquierda y mis papás eran los que tomaban las decisiones. Por esto mismo, no pedí ayuda a nadie, lo tuve que sobrellevar sola y salir de ahí, de aquel lugar que tanto daño me hizo. Recuerdo que la única vez que comenté al respecto, fue cuando me enteré que iban a dejar a mi primita con el tío, y supliqué que no lo hicieran, pero como siempre, mi madre con sus miedos y su necesidad de control, me mandó a callar y no pude hacer nada.

 

Hay cosas que hasta hoy me atormentan, que quisiera borrar de mi memoria, y es algo extraño, la mente bloquea esas cosas que dan tanto dolor, esas cosas con las que no podrías vivir o las que no has sido capaz de sobrellevar o confrontar. Muchas veces mi inconsciente juega en contra y me hace recordar cosas de los sucesos del pasado que he guardado y no he querido exteriorizar. Una de ellas fue, y por la que aún a veces me castigo, ese recuerdo de sentir placer mientras el hermano de mi mamá, el abusador, me tocaba. Yo me decía que no debería haber sentido lo que sentía en esos momentos y trato de entender que es algo fisiológico, del cuerpo, que no va más allá de la mente, algo que se da natural. Me lo repito, me lo trato de meter en la cabeza, pero muchas veces no logro conciliar ni borrar ese sentimiento de culpa que me trae ese recuerdo.

 

 Ahora, más grande, más madura, con menos dolor, me doy cuenta, que una de las consecuencias que acarrea el no ser tratado o no haber hablado con alguien, fue en mi vida sentimental, más específicamente en mi vida sexual, una de las tantas secuelas que deja el haber sido abusado y violado. Pero como lo dije antes, uno puede salir y mal que bien, aquí estoy, parada, siguiendo adelante, luchando por mí y por mis 3 hijos. Ahora con la oportunidad de hablar y de contar mi historia.

 

A través de este proceso, de un proceso duro, no lo voy a negar, de constante confrontación, empecé a entender que el contar mi historia no solamente podía servir de apoyo y ayuda para otras personas que pueden estar pasando por lo mismo, sino también me sirve para sanar, para tratar de borrar esos demonios que a veces me persiguen, para lograr soliviantar lo que llevo en mi corazón.  Y como madre solo me queda por decir que hay que entender que los padres no nos las sabemos todas, que, en nuestros niños, en nuestros hijos, tenemos una posibilidad de crecimiento y de conocimiento y que a través de ellos nuestros ojos se abren un poco más, a través de ellos nos renovamos, nos abrimos y tratamos de ser mejores. Para terminar, quiero dejarlos con este mensaje y es que tener miedo no está mal, tener miedo es una oportunidad para estar alerta, para transformarnos.

 

*Este testimonio fue escrito por Juliana Ramírez después de tener una entrevista con Martha Patricia.

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