Jingles, comerciales, arengas, discursos, debates, multitudes congregadas: la democracia es ruidosa. Y con tanto ruido es difícil discernir entre qué es verdad y qué es mentira, qué es inútil y qué es posible. Las jornadas electorales se convierten pronto en parte del paisaje, en algo que sucede en un fondo no del todo conectado con la vida cotidiana. Como un equipo de sonido permanente encendido, como el tráfico en una calle saturada de automóviles.