Cuando vuelo alto, y el río Claro Cocorná Sur se convierte en una delgada línea de agua cristalina, suelo ver a una figura que sube y baja el caudal sobre una lancha. Es uno de los que no sabe volar, de los que solo caminan y tiene un apellido que no parece de acá, porque cuando se presentó ante los turistas que se transportaban en su lancha, ellos dijeron «¿Juan qué?», a lo que él respondió «Juan Maquiud» como si fuera el nombre más normal que hubiese oído en su vida.
Juan tiene la piel morena y lisa. No creo que sobrepase los 20 años humanos. Tiene una mirada que no le gusta enseñar y sin embargo, cada vez que nos ve a nosotras las guacamayas, nos señala con el dedo índice y pronuncia nuestro nombre como si se hubiera encontrado con algún familiar u otro humano conocido.
Las aves lugareñas me han contado que él vivía en una de las casas en las que algunas de ellas hacían nidos para sus crías. Eran casas de madera que rechinaban cada vez que sus habitantes se movían por dentro. Un día una de esas casas, la de Juan Maquiud, se cayó, pero ya nadie vivía ahí: la familia Maquiud se había pasado a una casa que un amigo de su papá les había heredado.
Desde que Juan cumplió diez años no ha parado de hacer maromas en la lancha de sus padres. Cuando estaba aprendiendo a manejarla casi se corta un dedo con la hélice del motor y en otra ocasión le tocó saltar por los aires antes de que su lancha se estrellara. Desde entonces han pasado ocho años y ahora se enorgullece al decirle a los turistas que lleva casi una década enseñándole a los extranjeros los lugares más interesantes de Estación Cocorná sin accidentes.
Hace poco yo también vi a Juan con unos turistas. Los seguí por un trayecto de dos horas en el que la lancha no paró de moverse, haciendo que varios de ellos brincaran y gritaran como si el río fuera más caudaloso de lo que en realidad es. Cuando terminó el viaje algunos dijeron, ya cansados, «por fin llegamos». Luego se metieron a Los Chorros.
Pero mi parte favorita fue que como Juan y otro turista se subieron a un puente de madera y metal altísimo llamado Puente de la Gorgona antes de lanzarse al río. Por un momento hasta yo los confundí con algún Martín pescador. Luego, Juan y los turistas caminaron hasta la Bocatoma, otra cascada aquí en Estación Cocorná. Allí volvieron a lanzarse, gritando tanto que sus alaridos superaron a los de los monos aulladores.
Mientras bailaban en el aire antes de su caída en el agua, los pájaros lugareños me contaron que él era muy rebelde cuando era adolescente, que se escapa del colegio y no iba a clases. Entonces comprendí que para Juan la tierra no es suficiente. En el fondo él aspira a volar como lo hacemos las guacamayas.