A algunas aves de Estación Cocorná les gusta viajar en lancha. Sobrevuelan por la mañana Río Claro Cocorná Sur en busca de alguna que les dé un paseo por el cuerpo de agua. Me han insistido, así con ese tono cantadito que tienen las aves de acá, que tengo que probar la experiencia, que se siente un fresquito muy parecido a la sensación de volar, solo que no tenemos que mover ni una garra y que las conversaciones de los humanos son más que interesantes. Me recomendaron la lancha de Álvaro Díaz que sale en las mañanas a pescar en el río.
Cuando me posé en la punta de la lancha había un olor a pescado que provenía de unas canecas. «A esas no les gusta el pescado» le dijo Álvaro a su acompañante mientras me señalaba y proseguía la conversación que había interrumpido mi llegada. «Yo quería ser futbolista», responde él cuando le preguntaron qué quería ser cuando era niño, pero los planes, como muchos, le cambiaron. No fue culpa de alguna fractura, su rumbo cambió al conocer las “drogas”. Hoy tiene 36 años y, aunque no alcanzó las inferiores de la Unión Magdalena, donde empezaría el sueño, le ganó la batalla a los “vicios” y ahora es un apasionado por el deporte.
Toda su vida ha estado rodeada del río, por eso desde pequeño ha pescado. Su experiencia en ello lo hace afirmar que los pescados pequeños tienen mejor sabor que los grandes. Hace una maniobra con su mano derecha para lanzar el anzuelo y sujeta con firmeza la caña de pescar. El anzuelo da pequeños brincos en el agua para atraer a los peces más curiosos.
De esa misma forma, Álvaro ha dado pequeños brincos en diferentes empleos a lo largo de su vida: construcción, vigilancia, conductor de moto-taxi, mecánica; mejor dicho, en palabras muy colombianas y de quien no tiene muchas opciones, se le mide a lo que resulte. Sin embargo, su actividad favorita está en lo que le brinda el río, pues allí ha conocido muchas personas que ahora son grandes amigos.
Entre risas describe lo emocionante que es pescar y forcejear con un gran pez hasta que finalmente, a un paso de ganarlo como premio, lo libera. Dice que lo disfruta porque es cambiar la expresión de quienes están viendo y la de sí mismo. «Eso es lo que me da suerte en la pesca: respeto las tazas mínimas y respeto mucho los peces que están “enhuevados”, que tienen huevos, a esos los libero porque sé que no voy a matar a un solo pez sino millones».
Deja al descubierto lo que su vida de pescador le ha enseñado, pues nombra con facilidad una gran lista de especies con los que se ha encontrado a lo largo de su vida. Además, tiene una agilidad destacable conduciendo, pues aprendió a manejar lancha desde los siete años.
Experiencias ha tenido muchas, desde que era marinero (quien cumple las tareas de guía, amarra las lanchas y hace los mandados de los turistas) hasta ahora que es lanchero (conductor de lancha). Una de las que más recuerda es cuando una vez un turista y su amigo llegaron con sus equipos de pesca. En ese entonces tenía quince años y trabajó para ellos como guía. «Yo le decía a uno de ellos que me prestara su caña y él no quería. Su compañero vio tanta insistidera que me prestó la suya. Entre los dos se pusieron a verme pescar mientras tomaban y fumaban. Cuando volvimos en la tarde el que me prestó la caña me pagó y me la regaló».
Álvaro le madruga a los días. Desde muy temprano está en movimiento y al son de alguna actividad de las tantas que sabe hacer. En la noche, en compañía de su hija, deja caer su cuerpo con su gran barriga en una silla a contemplar una carne que se asa con lentitud al carbón. No mide más de un metro setenta y su piel es morena, tan morena como la de aquel que ha vivido toda su vida bajo el sol. Al sonreír deja al descubierto unos dientes abrazados por “brackets”.
Podría uno describir de muchas formas la personalidad de Álvaro, pues a simple vista pareciera que no es un hombre de muchas palabras, pero todo cambia al hablarle: siempre tiene algo que contar.