Aquel día salí en busca de comida y alcé vuelo río arriba, mientras las corrientes de viento refrescaban la cálida mañana. Planeaba por un lugar lleno de naturaleza en Estación Cocorná cuando me encontré con dos sujetos de los que caminan en dos patas y se hacen llamar “humanos”. De inmediato, quise volar para seguirlos y escuchar lo que decían, pues soy un ave aventurera y, por más que lo intente, no puedo dejar de seguir a esos humanos que me causan tanta curiosidad.
Me posé en una de las ramas de los árboles y me escondí entre las hojas verdes para escuchar la historia de Isabel Romero, una lugareña de piel morena como las ramas que me rodean y que nació en una pequeña isla del Río Magdalena, mientras el sonido del río arrullaba su despertar. Entonces, me quedé allí entre la textura suave de las hojas para conocer su historia, pues al escuchar su procedencia supe de inmediato que existía una profunda conexión entre el río e Isabel, una conexión que seguro había permanecido en ella durante toda su vida.
Sin embargo, no siempre fue así, algunas veces cuando era niña no quería saber nada del río, ya que en ocasiones les inundaba la casa donde dormían y se las llenaba de roedores y serpientes debido a que, por naturaleza,«los ríos tienen memoria y las franjas que son invadidas por el hombre son reclamadas por él cuando se crece». Ella tampoco comprendía por qué algunas veces cuando se bañaba en el río solía lastimarse a costa de pequeños vidrios que estaban en el fondo.
A pesar de eso, y con el paso de los años, Isabel comprendió que el humano era el causante de aquellos eventos. Desde ese momento creció en ella un fuerte deseo por cuidar de su río y no permitir que nunca más fuera contaminado por el hombre. «Antes yo no lo entendía, pensaba que el río quería hacernos daño, pero ahora lo entiendo, él solo estaba reclamando su casita, lo que por naturaleza le pertenece y esa es una dinámica natural de la vida; la naturaleza corresponde conforme a nuestro comportamiento, por eso debemos cuidarla».
Durante su niñez, Isabel nunca tuvo la oportunidad de estudiar y a sus 30 años aún no había aprendido a leer ni a escribir. Sin embargo, años más tarde, ya a sus 45 comenzó a liderar el comité ambiental para velar por la conservación del río, un comité que más adelante le permitió ir ganando reconocimiento para poder presentar el proyecto a corporaciones que velan por los recursos naturales como Cornare. «Fue entonces cuando me llevé la sorpresa de que todos vieron en mí actitudes de liderazgo para colaborarles. Yo no sabía leer ni escribir, pero ellos me motivaron a estudiar», oí que le dijo Isabel a la turista mientras sus manos rozaban sus piernas.
Isabel comenzó a estudiar para realizar su bachillerato mientras hacía una técnica en Silvicultura y Aprovechamiento de Plantaciones para la Producción Maderera. Pero eso no fue todo, continúo más adelante con una tecnología que la llevaría a realizar un proyecto que se enfocó en la Conservación y Protección de las Tortugas de Río.
El resultado de esta iniciativa fue un Tortugario que comenzó en el 2010 y que busca cuidar y liberar a las tortugas a su hábitat natural, al lugar donde pertenecen, a su río.
Allí trabajan durante todo el año: en diciembre y enero rastrean e identifican los huevos, entre enero y marzo las incuban, en abril y mayo trabajan en la adaptación de las piscinas de paso en las que se quedan las tortugas antes de liberarse y finalmente, en junio, inician nuevamente con recolección de huevos. «Para los niños este tortugario es un lugar de aprendizaje, para los mayores es un lugar para ‘desaprender’ para poderles enseñar de nuevo.»
Luego escuché como orgullosa le decía a la turista: “Vivo a orillas del río más hermoso del mundo, y con nuestra labor, hemos visto el aumento poblacional de las tortugas en su medio natural».